Durante muchos años, la población ha escuchado sobre el impacto de la contaminación antropogénica y su impacto diario en la naturaleza. Si bien muchas ONG, ambientalistas, medios de comunicación y el propio público concientizan sobre estos impactos, muchos optan por restarle importancia o desconocen la verdadera magnitud del problema.

Entre los diversos tipos de problemas, desde la liberación de gases nocivos a la atmósfera hasta el vertido de aguas residuales y cloacales en los océanos, se ha destacado cada vez más un «villano» específico en este proceso que podría destruir gradualmente los océanos de una vez por todas: la contaminación plástica.

Actualmente, alrededor del 70% de la superficie terrestre está ocupada por mares. Sin embargo, considerando la exorbitante cantidad de plásticos vertidos en los océanos, no pasará mucho tiempo antes de que la vida marina desaparezca y varias especies se extingan.

La situación se ha vuelto tan catastrófica que, en 1997, el navegante y oceanógrafo estadounidense Charles Moore encontró enormes cantidades de plástico flotando en mar abierto en una gigantesca zona del Pacífico Norte, entre Hawái y California, conocida como la Gran Mancha de Basura del Pacífico. Estas llamadas «islas de plástico» consisten en inmensas concentraciones de basura en el océano, resultado del movimiento de las corrientes que transportan los residuos desechados indebidamente por los humanos hasta estos puntos específicos. Se estima que esta mancha del Pacífico, por sí sola, cubre actualmente más de 1,6 millones de kilómetros cuadrados, superando la superficie del estado de Amazonas.

Para fomentar la reflexión y concientizar sobre la importancia de repensar el comportamiento humano hacia el medio ambiente, hemos incluido entrevistas con fuentes como el biólogo Víctor Basílio y la estudiante de biología Rafaela Mojon . ¡Consúltalas a continuación y compártelas!

La Gran Mancha de Basura del Pacífico suele llamarse «isla de plástico», pero en realidad es más bien una inmensa sopa de fragmentos invisibles mezclados con el mar. ¿Cómo describirías el verdadero impacto visual y ecológico de esta contaminación a alguien que nunca la ha visto?

VICTOR BASÍLIO – La llamamos «isla» porque es una concentración absurda de basura, principalmente plástico, pero también otros materiales flotantes. Cuando hablamos de una isla, mucha gente imagina algo con relieve, visible desde lejos. Pero no es así: es algo que se asienta sobre la superficie del agua, en el espejo. Desde lejos, mirando al horizonte, no se puede ver. Solo cuando se la ve desde arriba se aprecian sus verdaderas dimensiones. Es tan grande que puede ser vista por satélite.

El impacto ecológico es devastador. Parte de la basura se acumula allí, pero también se desprende y continúa hacia el mar. Los animales se enredan en envases, bolsas y líneas. Se han dado casos de peces ahogándose dentro de envases, lo cual es surrealista. Muchos animales ingieren plástico, pensando que es alimento: ballenas, cachalotes y aves marinas como los albatros. En el caso de los albatros, por ejemplo, terminan alimentando a sus crías con tapas de botellas y envases en lugar de comida, lo que provoca la muerte de las crías. Además, las tortugas pueden enredarse en objetos y deformarse, y los mamíferos marinos, como los leones marinos, pueden ser mutilados por la basura adherida a sus cuerpos. Sin mencionar la contaminación química: los envases sellados que contienen productos tienen fugas y contaminan el agua. El impacto ecológico de la basura marina es infinito.

RAFAELA MOJON – Esta zona no es una isla sólida, sino una especie de «sopa» compuesta por miles de diminutos trozos de plástico. De lejos, parecen casi invisibles, pero de cerca, encontramos tapas de botellas, sedales y microplásticos. Estos últimos son aún más preocupantes, ya que se adhieren a las algas y terminan siendo ingeridos por los animales marinos, transportando sustancias tóxicas a la cadena alimentaria. El impacto visual es engañoso, pero el impacto ecológico es profundo, ya que esta «sopa» está entrelazada con la base de la vida marina.

Se estima que 11 millones de toneladas de plástico se vierten en los océanos cada año, y esta cifra sigue aumentando. En su opinión, ¿por qué seguimos siendo tan lentos a la hora de adoptar soluciones eficaces para frenar este flujo constante de residuos?

VICTOR BASÍLIO – Los humanos primero crean cosas y solo entonces consideran su impacto. Y una vez que descubren el impacto, actuar cuesta dinero. Y nadie quiere invertir en algo que no genere un retorno financiero. El reciclaje, por ejemplo, requiere mucha inversión y genera poco retorno, a menudo cubriendo gastos. En un mundo donde el dinero habla más, a la mayoría de la gente no le importa hacerlo bien.

Existen soluciones tecnológicas —máquinas que recogen basura de ríos y océanos, bacterias que consumen plástico, entre otras— pero, al no generar ganancias inmediatas, no reciben inversión. Por lo tanto, la contaminación sigue aumentando. La lentitud para resolver el problema no se debe a la falta de tecnología, sino a la falta de interés económico.

RAFAELA MOJON – Somos lentos porque el plástico es barato y práctico, y el coste de su eliminación está «oculto» en la naturaleza y los servicios públicos. Además, el consumo se ve estimulado por las redes sociales, que constantemente incentivan la compra de nuevos productos, casi siempre envasados en plástico. Otro problema es la falta de información: muchas personas no saben cómo reducir el uso de este material ni cómo desecharlo adecuadamente. Por lo tanto, permanecemos atrapados en un ciclo de producción, consumo y eliminación que favorece la contaminación.

Uno de los mayores desafíos para eliminar estos derrames es el riesgo de dañar la biodiversidad, ya que el plástico se mezcla con el plancton y otros organismos vitales. ¿Qué medidas se deberían tomar para limpiar los océanos y proteger estos frágiles ecosistemas?

VICTOR BASÍLIO – Hay que eliminar la basura de todas partes: del mar, de los bosques, de las playas, de los entornos urbanos. No es beneficiosa en ningún caso. El impacto en la biodiversidad es enorme. Si se elimina, la naturaleza siempre tendrá mayor capacidad para equilibrarse y regenerarse.

RAFAELA MOJON – Una forma de limpiar los océanos sin dañar a los animales es centrarse en los lugares donde se concentra la basura, como ríos, puertos y zonas marinas con mayor cantidad de plástico. Las barreras flotantes y las embarcaciones pueden recoger objetos grandes, como botellas, redes y boyas, pero se deben evitar los filtros muy pequeños para evitar la eliminación del plancton, que sirve de alimento a los peces. Otra medida fundamental es invertir en saneamiento básico, ya que gran parte del plástico llega al mar a través de las aguas residuales y los ríos sin tratar. También es fundamental recuperar las redes de pesca perdidas, crear áreas protegidas en el mar y monitorear de cerca la contaminación para garantizar que la limpieza sea eficiente y segura para la vida marina.

Tortugas, aves y peces son solo algunos ejemplos de las especies que confunden el plástico con alimento y terminan muriendo. ¿Cómo afecta esta tragedia silenciosa al equilibrio de la vida marina y, en consecuencia, a nuestra propia seguridad alimentaria?

VICTOR BASÍLIO – El plástico causa no solo contaminación física, sino también química. Entra en la cadena alimentaria: un organismo lo ingiere, otro se alimenta de él, y así la contaminación se concentra. Cuando llega a los peces, en la cima de la cadena alimentaria, y luego a nosotros, que los consumimos, la concentración es extremadamente alta. Esto aumenta el riesgo de enfermedades como el cáncer.

Este efecto cascada también genera desequilibrios poblacionales. Los depredadores marinos, como las aves, disminuyen en número, lo que aumenta la población de peces que de otro modo serían consumidos, y así sucesivamente. La naturaleza busca el equilibrio, pero la basura altera esta dinámica. En algunos casos, los impactos alcanzan escala global. Aún es difícil medir su alcance, pero los efectos ya son muy graves.

RAFAELA MOJON – Cuando las tortugas, aves y peces confunden el plástico con alimento, mueren de hambre, asfixia o envenenamiento. Esto no solo afecta a los animales: altera la cadena alimentaria y perjudica a otras especies que dependen de ellos. Con menos peces y vida marina sana, la pesca se vuelve más difícil, lo que puede afectar la dieta y los ingresos de quienes dependen del mar. Es un problema silencioso, pero que impacta directamente en la vida de todos.

Varios proyectos están buscando maneras de capturar residuos de mayor tamaño sin dañar la biodiversidad. En su opinión, ¿hasta qué punto estas tecnologías pueden ser parte de la solución y qué queda por hacer para ampliar el impacto positivo de estas iniciativas?

VICTOR BASÍLIO – Cuando la gente realmente quiere resolver problemas, lo hace bien. Las tecnologías de recogida automática de residuos, por ejemplo, funcionan, pero también presentan pequeños riesgos: ruido, vibraciones, contaminación visual y la posibilidad de accidentes con animales. Aun así, los beneficios superan los riesgos. El problema es la falta de interés en invertir, porque no hay rentabilidad financiera. Algunas empresas solo toman medidas superficiales para aparentar ser respetuosas con el medio ambiente. Pero el cambio real depende del interés político y económico.

RAFAELA MOJON – Las tecnologías que capturan los desechos marinos son muy útiles, especialmente para objetos de gran tamaño, pero aún no lo solucionan todo, ya que los microplásticos siguen estando muy extendidos. Para que estas soluciones tengan un mayor impacto, necesitamos más inversión, operaciones a mayor escala, así como educación y prevención, para que llegue menos plástico al océano desde el principio. La tecnología por sí sola no es suficiente; se necesitan acciones a todos los niveles.

Se habla mucho de recolectar el plástico acumulado, pero los expertos enfatizan: la clave es evitar que llegue al océano. ¿Cuáles son los cambios más urgentes que cree que la sociedad necesita adoptar, ya sea a nivel individual, gubernamental o industrial, para realmente revertir esta situación?

VICTOR BASÍLIO – No se trata de elegir entre eliminar los residuos existentes o evitar que lleguen más. Es necesario actuar en ambos frentes. Las industrias deben ser responsables de los envases que comercializan. Los programas de incentivos, como la devolución de envases a cambio de descuentos, deberían ser la norma. De lo contrario, las empresas seguirán produciendo sin preocuparse.

El gobierno debería imponer regulaciones más estrictas, como la obligatoriedad de la fabricación de envases biodegradables o la logística inversa. Multas cuantiosas obligarían a las empresas a cambiar. Mientras tanto, la carga recae sobre la recogida selectiva de residuos, que no puede gestionar la absurda cantidad de residuos. Las bolsas y pajitas de plástico son buenos ejemplos: a menudo se sustituyen por opciones biodegradables, pero siguen envasadas en plástico normal. En otras palabras, todos los pasos deben estar coordinados.

RAFAELA MOJON – Lo más importante es evitar que el plástico llegue al océano. Para lograrlo, todos podemos reducir el uso de artículos desechables, reutilizar productos y separar los residuos adecuadamente. Los gobiernos deben invertir en saneamiento básico, garantizar el tratamiento de aguas residuales y crear leyes más estrictas que cubran a las industrias por los residuos que generan. Las empresas, a su vez, deben usar envases reciclables o reutilizables y asumir la responsabilidad de lo que venden. Prevenir la contaminación siempre es mejor que intentar limpiarla después.

Finalmente, se habla mucho del riesgo de que esta contaminación se extienda y los océanos queden completamente contaminados, a pesar de que aproximadamente el 71 % de la superficie terrestre está cubierta por ellos. En cuanto a la afirmación de que los océanos podrían llegar a estar completamente contaminados, ¿es siquiera posible dada la velocidad a la que se ha propagado la contaminación?

VICTOR BASÍLIO – Muchos expertos afirman que, incluso si los humanos nos extinguimos, el planeta seguirá existiendo. No me gusta este argumento porque parece justificar nuestros errores. Pero lo cierto es que el océano ya está en peligro, y esto nos afecta a nosotros, los seres humanos.

La pesca depredadora es un claro ejemplo: redes gigantescas arrastran todo, destruyendo ecosistemas enteros. Esto conlleva consecuencias como el acercamiento de tiburones a la costa en busca de alimento, lo que aumenta los ataques. Esto no se debe a que quieran atacar a las personas, sino a la falta de alimento.

Otros factores agravan aún más la situación: la contaminación, el aumento de las temperaturas, el blanqueamiento de los corales y la destrucción de los manglares, que son criaderos de especies marinas. Como resultado, el sistema natural está colapsando. Brasil aún cuenta con abundantes recursos, pero ya es evidente una drástica reducción en comparación con décadas atrás. Lo mismo ocurre con el agua: no se agotará, pero su uso y contaminación ya están generando una crisis de disponibilidad. El problema no es la falta de recursos, sino cómo los usamos y desperdiciamos.

Comprender esto es crucial, pero también preocupante. Cuanto más aprendemos, más vemos la magnitud del impacto humano y cómo las soluciones se ven obstaculizadas por la falta de voluntad política y económica.

RAFAELA MOJON – Decir que los océanos podrían quedar completamente destruidos es una exageración, pero la contaminación ya está afectando a gran parte de ellos. Si no cambiamos, podríamos perder muchos ecosistemas marinos, perjudicando a peces, corales y aves, y afectando la pesca y el suministro de alimentos para los seres humanos. La buena noticia es que, con acciones rápidas —como reducir el plástico, mejorar el saneamiento y proteger las zonas marinas—, aún podemos revertir gran parte del daño y preservar la vida marina.

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